Acércate.

Recuerda que el problema con la locura es que ya no es vista como una virtud.


Bienvenidos

diciembre 09, 2020

Prosa: Rara

Anteriormente ya había platicado de mi diagnóstico, ahora bien, cuando llego a comentarles a las personas acerca de esto, por lo general sucede de dos maneras; o no pueden hacerme encajar en su idea de lo que es el autismo/asperger y rechazarlo por completo, o me tachan de "rara necesitada de atención" y lo dejan ahí.

Sin embargo, esto explica mi falta de contacto constante, mi dificultad para ver a los ojos, explica mi monólogo sobre las cosas que me interesan, explica por qué en ocasiones sociales me muevo por una habitación como un engranaje suelto en una máquina: me engancho, me atasco en algunos lugares, choco contra esto y aquello antes de arrinconarme y quedarme allí.

Esas son algunas de las cosas sobre mí que puedes ver. Lo que no puede ver son los otros "bits"; mis problemas con la función ejecutiva que va de la mano con mi problema para responder algo sin antes haber hecho todo un mar de análisis y conjeturas, mi batalla interminable con la literalidad, mi lectura de labios sobre el procesamiento auditivo, mis problemas sensoriales, mi ansiedad social, mi afinidad con las letras y el cine, mi gusto desmedido por los búhos, Harry Potter y las luces parpadeantes, y así sucesivamente.

En esta entrada me dedicaré a hablar de un tema bastante sensible, mi dolor. Nunca he sido buena para comunicar mi dolor. Es una gran debilidad. Soy malísima pidiendo ayuda, soy terrible para comunicarme contigo, y soy peor cuando estoy distraída por la incomodidad física y la sobrecarga sensorial.

Algunas veces me han dicho que estoy bien "entrenada". Que enfrento bien las situaciones estresantes, cuán bien soporto la conmoción y el dolor. No porque lo haga, sino porque comunico estas cosas de manera diferente. Me contengo, me contengo mucho y en gran parte se debe a mi ansiedad social.

¿Qué es el dolor? ¿Cómo se cuantifica? ¿Cómo te enteras de cuánto o qué tan pequeño eres?

Soy autista, asperger o TEA (como gustes llamarlo), lo que significa que tengo una condición y dificultades en mi comunicación social, es decir que no entiendo de forma natural o intuitiva (quizás lo más importante) como comunicarme con los demás.

No lo negaré, la mayoría de las ocasiones puedo hacerlo todo. He aprendido tus formas, tus movimientos, aunque es posible que no entienda por qué esta pregunta necesita esta respuesta, pero sé lo suficiente como para de igual forma decirla. Hay día en los que sé cómo interpretar tu lenguaje corporal, cómo ubicar tu entonación, cómo hacer gestos o cómo colocar mis expresiones. Estoy tan bien entrenada, que ya es una habilidad tan usada que podría pasar desapercibida y solo darte la imagen de una persona boba o torpe.

A menos que tenga dolor. El dolor desaparece todo mi entrenamiento. Borra mi capacidad de lectura, de concentración, de memoria y borra mi capacidad de mostrar expresiones.

Es como si el dolor destruyera mi capacidad de comunicarme como una no autista. ¿Por qué? Porque ocupa demasiado espacio.

Imagina que eres capaz de hablar bien otro idioma porque has practicado mucho. No lo hablas de forma fluida, tienes que pensar en cada palabra, pero puedes hablarlo. Ahora imagina que te sientes mal y necesitas decírselo a alguien, pero solo puedes hacerlo en ese idioma. ¿Qué tan difícil sería encontrar las palabras? Si te lastimas, ¿serás capaz de pensar lo suficientemente rápido como para decir la palabra correcta, o responderías de forma automática en tu lengua materna?

Cuando siento dolor, mis expresiones caen, mi entonación "cotorra" se vuelve baja y plana, mi cara en blanco, mi cuerpo rígido, mi mirada se aparta aún más de los demás. Cuando tengo dolor me vuelvo silenciosa y pasiva, y conectarme con otras personas parece un sueño lejano, un imposible.

Las palabras están en mi cabeza, pero lucho por que salgan. Hablar se siente raro y ajeno. Todas las formas en que sé pedir ayuda se me escapan de las manos y las miro mientras caen.

El dolor me vuelve "auténticamente" autista, me quita la máscara y mis conexiones. Me sienta; silenciosa y sola.

Te pongo un ejemplo. Puedes hacerme una pregunta en esos momentos para medir mi dolor, pídeme que dé un número del 1 al 10. La gran idea es que solo quieres saber qué tan malo es mi dolor: no soy una gran pensadora de forma natural. Ve cómo trato de encontrar la respuesta "correcta". No puedo ir demasiado lejos, ¿Qué tan fuerte es sentir que me desgarro por dentro? ¿Qué tan fuerte es un ataque al corazón? ¿Qué tan fuerte es el mayor dolor que puedo imaginar? O peor aún, ¿Cómo se cuantifica un dolor emocional?, ¿Cómo sé la intensidad de mi tristeza, de mi desesperación, de mi impotencia? Lo mejor es ser moderada. Lo mejor es decir que el mayor dolor que he experimentado es un 7, y esto está casi ahí, así que es un 6.

El panorama general es que quieren saber cuánto sufrimiento siento, pero no puedo ver eso sin mi filtro de comunicación en su lugar. Y entonces me dejarás con el segundo mayor dolor que jamás haya sentido, porque no puedo hablar tu idioma.

Poquísimas personas cercanas a mí, saben que cuando me quedo en silencio e inmóvil (aún con mis manos que muevo constantemente o juegue con mis muñecos), esos son los momentos en los que estoy en problemas. Entienden mi comunicación.

Si llego a llorar, me desbordo, lo hago profundamente y mis lágrimas fluyen sin parar; mi sollozo pareciera que nunca cesará, no importa el número que haya utilizado para medir mi dolor. Es incontrolable. Y es que a pesar de mi autismo/asperger, no soy el hombre de hojalata del mundo de Oz que busca desesperadamente un corazón, tengo uno y late tan fuerte como el tuyo.

Me preocupa que algún día estén cerca de mí personas que no lo entiendan. Las personas que piensan que el dolor se ve grande y fuerte, porque obviamente, no es pequeño, silencioso y lejano.

Cuando digo que encuentro algo difícil, no me digas lo fácil que es. Por favor, no me digas que tengo que hacerlo así o así. Nunca será fácil para mí. Siempre tomará tiempo y energía que podría gastarse en otra parte. Si encontraras difícil resolver un cubo rubik, jugar ajedrez o pasar un nivel de un videojuego, no te diría lo fáciles que son. No te diría que hagas esto o aquello. 

Por favor recuerda que no importa que tan genial parezca ser una de ustedes, no lo soy. Tu lenguaje no es mi idioma. Tu intuición no es mi intuición.

Y también recuerda que no siempre puedo comunicarme a tu manera. No siempre puedo hacer cosas por ti, a veces necesitaré más, a veces pediré ayuda en mi camino. La pregunta es, ¿tendrás la disposición para escucharme?


diciembre 01, 2020

Ficción: La espera

Él apresuró sus pasos, la tarde era fría con color a otoño, después de mucho tiempo de no verla por fin la encontraría.

Arribó a la estación de tren, ella aún no llegaba. Se sentó impaciente en una banca sintiendo correr lentamente los minutos. A su lado una señora de avanzada edad tejía con delicadeza una bufanda de estambre, con experiencia parecía entrelazar en sus manos días de vida y añoranza... también esperaba. No pasó mucho tiempo cuando un hombre de cabello cano y la ternura dibujada en las marcas que dejan los años se acercó a la señora, con un saludo cálido le dio su brazo como apoyo y así se alejaron. Él pensó si algún día se vería así junto a ella, venciendo el tiempo y esperándola siempre con los brazos llenos de tanto amor.

De pronto su corazón latió aceleradamente a lo lejos la vio, distinguió su silueta, era ella. La miró fijo y ella le sonrió con esa sonrisa inolvidable que le iluminaba el alma. La abrazó, ella apoyó la cabeza en su pecho escuchando el latir de ese corazón que adoraba tanto.

Caminaron, irían a tomar un café... que más daba si ya estaban juntos. Ella temblaba en sus brazos, él la protegía. Eran tan pocas las oportunidades para verse y tanto el amor que sentían. La tomó de la cintura y la besó con pasión, en un beso anhelado, prohibido, que esperó mil lunas e hizo ese momento perpetuo, tatuando dos corazones que no debían experimentar aquel incontenible sentimiento.

Había tanto por decirle, tanto por amarle y sin embargo sólo un par de horas pudieron robarle al día. No había tiempo, no había espacio, era una locura amarse pero lo hacían.

Era tarde, el momento de decir adiós llegó, ella tomó sus manos con la promesa de volverle a ver, él la abrazó sabiendo que no sería así, que aunque su corazón se quedaba con ella, ya el camino estaba trazado. La miró fijamente, profundamente y ella le sonrió con esa sonrisa encantadora. Él besó su frente y ella contuvo el llanto. Aquel momento quedaría eterno en su memoria sabiendo que su vida no le pertenecía, sabiendo que era imposible amar como le amaba, sabiendo que era quizá el último adiós.

noviembre 25, 2020

Prosa: Lee lo que te de la gana

De mi experiencia trabajando en una librería y mi vida como lectora.


No tengas el menor remordimiento. Hazlo con la naturalidad con la que te quitas los zapatos que te están incomodando y no resultan de tu agrado. Eso es lo que hay que hacer con determinados libros, saber prescindir de ellos. Sé muy bien que una cosa es dar una recomendación y otra muy diferente llevarla a la práctica. Muchos de nosotros arrastramos sentimientos de culpa autogenerados que nos imponen pesadas cargas.

Llevamos a cuestas decenas de inercias, complejos y culpas que por razones inexplicables nos impiden desprendernos de cierto material bibliográfico con agilidad. Hay quienes sufren libros que no quieren terminar (porque son un suplicio) pero se sienten presionados por su propia conciencia (como si fueran peregrinos de camino a la Basílica, el que una vez iniciado lo deben por fuerza concluir) a ponerles fin. Esos libros acumulan polvo en la mesita de noche o el buró, o se maltratan en el coche esperando una oportunidad para ser leídos. En nuestros libreros se forma un pelotón de libros que leemos por obligación o por quedar bien. Y lo hacemos, en muchas ocasiones, por aquello de que: no se puede andar por la vida sin haber leído el último ensayo sobre los impactos del calentamiento global o el libro que te hará millonario en poquísimo tiempo. O tal vez el último ensayo de esos profesores-oráculos que se dedican a restregarnos en la cara que habían predicho (varios años antes de que ocurriera) el desastre de las torres gemelas o la pandemia. Su particular forma de presentar las cosas lo hace sentir a uno tan absurdo como si su predicción hubiera sido noticia de ocho columnas durante un montón de meses y sólo nuestra supina ignorancia pudo pasar por alto tan clarividente advertencia. El sentimiento de  culpa nos orilla entonces a leer (con una mezcla de resignación y humildad) los tabiques de esos genios de la predicción. Y venga a nosotros el sufrimiento.

Es también muy frecuente que (por aquello del desvelo social) nos autoimpongamos auténticas torturas literarias. No es muy agradable -es cierto-  que en una cena amistosa algún listillo te suelte el típico obús: ¿Ya leíste el último de Murakami? O también puede ocurrir que nos encontremos con su variante anglolactante que con tonillo melifluo pregunta: ¿No sabes si ya tradujeron el último de Mac Ewan al español? En ambos casos el diablillo que tenemos dentro nos conmina a dar una solución al “fuera de lugar” en el que el preguntón impertinente nos puso. En vez de ignorarlo paladinamente caemos en su trampa, y la reacción típico de quien sintió su amor propio lastimado será pedir el libro por Amazon o ir corriendo a la Gandhi (o el descarado que lo bajará de internet) esa misma noche y sentir la compulsiva necesidad de leerlo íntegramente para regresar el alma a su estado natural. Frustrante forma de leer esa.

El buen lector sabe que debemos resistir a todos esos cantos de vanidosa sirena y contestar con soberano aplomo: NO, no lo he leído. Un no redondito e impermeable a cualquier otra sugerencia que interfiera con nuestro sano propósito de leer solamente aquello que nos de la regalada gana.

Seamos francos, a lo largo de nuestra vida hacemos ya muchas concesiones leyendo un montón de textos, artículos, ensayos e informes por obligación. Nuestro trabajo o estudios lo requieren y por tanto lo cumplimos. Muchos, encontrarán placer en la lectura del material que constituye su trabajo o estudio; otros lo harán con gallardo profesionalismo. Pero una vez cumplidas las lecturas preceptivas para el buen desarrollo de nuestras tareas, debemos conferirnos a la imperial capacidad de sólo leer aquello que nos dé un placer enorme.

Si te gustan las novelas de fantasía no tienes porque informarle a ninguno de tus pomposos interlocutores que lo haces. Así te ahorra los clásicos comentarios de: “Eso lo leía cuando era niño”. La intimidad es para regodearse en todo aquello que a los demás les importa un comino; y la lectura es una parte del núcleo fundamental de actividades que no tenemos por qué compartir con los demás y mucho menos para hacerlo por quedar bien o conseguir prestigio social.

Si te gustan los escritores libertinos, sucumbe a la tentación de leerlos con tu bebida preferida y no le pidas permiso a nadie. Lea a Thomas Wolfe o al siempre imaginativo Schwob sin tener que imaginar que te vas a presentar a un examen de literatura. Concédete el derecho irrestricto de disfrutar en exclusiva lo que te gusta…sin complejos de culpa.

 Si te agrada la lectura erótica o tienes gustos sospechosamente emparentados con la ramplonería, tranquilo, lee tus libros a gusto. No te sientas obligado de invitar a tu imaginario profesor de lectura a la sala de tu casa. Mándalo a ya sabes dónde. A todos nos cuesta mucho ganar espacios de autonomía  y por eso vamos por la vida negando que nuestros autores favoritos siguen siendo Conan Doyle, Mika Waltari o hasta la mismísima J.K Rowling. –Jaja, perdonen mi potterlocura- Nos sentimos confundidos cuando en esas mágicas tardes de sábado en las que encontramos dos horas seguidas para estar con nosotros mismos, nuestros grandes compañeros son Dickens, Tolkien, Castellanos, Shelly, King o Camilleri, por ejemplo.

No sufras más, y piensa que una vez que ha llegado el nivel que tienes, nadie, ni siquiera tú mismo en funciones de Pepito Grillo, debes obligarte a leer lo que no te apetece. Al igual que Bush dijo, en una especie de rebelión infantil tardía, que a sus años (y siendo presidente de Estados Unidos) nadie podrá forzarlo a comer brócoli, pues bien, a ti -faltaría más- nadie tiene derecho a robarte tus ratos libres y obligarte a leer lo que no quieres.

noviembre 24, 2020

Reconocerme

A veces para poder seguir, hay que empezar desde cero.

Cuando sufrimos, quisiéramos que todos estuvieran debajo de nuestra piel para que llegasen a entender lo que sentimos.

Pero eso nunca podrá ser, por que el dolor no se comparte. El dolor es propio, íntimo, irrepetible.

Es como hacer un dibujo: Podemos mostrarlo; los demás podrán interpretarlo a su manera, pero nadie podría dibujarlo como lo hemos dibujado nosotros, pues solo nosotros conocemos esos detalles, esas líneas o esos matices. A pesar de ello, estoy convencida de que siempre podrás encontrar a alguien que será capaz de escucharte y comprenderte, acercándose en demasía al nivel de tus trazos.

Hay relatos que al leerlos actúan como bálsamo para las heridas del corazón. Escribir es el bálsamo que cura las mías.

Durante años sufrí en silencio sin comprender el porqué de esta extraña sensación, de sentirme diferente, como Gregor Samsa en la metamorfosis del libro de Kafka

¿Cómo podría saber quién soy realmente después de toda una vida huyendo de mí?

¿Cómo aceptarme tal y como soy sabiendo que eso implica aceptar como mías todas esas dificultades que he intentado ocultar e incluso negar?

Un búho que se creía águila, que se esforzaba por ser un águila como las demás y que por más que se esforzara, no lo conseguía. Un búho que se esforzaba hasta el cansancio tratando de hacer movimientos y gestos que las demás águilas hacían de forma totalmente espontánea y natural. Y un búho que ya estaba agotado, muy agotado y ya no quería seguir intentando ser águila nunca más.

Me reconozco cuando mi hipersensibilidad sensorial me lleva al colapso y a padecer crisis terribles o cuando la ansiedad se apodera de mi al sentir que pierdo el control, que el resultado será catastrófico y todos se burlarán de mí, pero me reconozco aún más cuando respiro profundo, dejo caer algunas lagrimas y sigo mi camino.

He aprendido a dialogar de forma oral para seguir sobreviviendo y porque es como se expresa la mayoría, pero sobre todo me reconozco cuando la gente que quiero me permite expresarme por escrito, sin juzgarme por ello.

Me reconozco cuando no cumplo las normas sociales en fiestas o fechas importantes, por ejemplo, pero me reconozco aún más cuando a pesar de eso, tomo el teléfono y haciendo una excepción, hago una felicitación porque sé que es importante para ellos y los quiero.

Me reconozco cuando me bloqueo socialmente y no puedo emitir una sola palabra coherente, pero también lo hago cuando me sumerjo en esas conversaciones maravillosas de lo que más me gusta con las personas que están dispuestas a escuchar.

Me reconozco cuando me aferro a mis rituales y rutinas, negándome a cualquier tipo de cambio porque entro en crisis, pero también me reconozco cuando deshecho sin dudar cualquier costumbre, tradición o enseñanza carente de funcionalidad.

Me reconozco cuando dibujo esa línea invisible a mi alrededor que no me gusta que los demás pasen, pero también me reconozco cuando logro aguantar y fundirme en esos abrazos que no solo abrazan la piel, sino el alma, y que, sin querer, me hacen cerrar los ojos.

Me reconozco cuando me resulta difícil ponerme en el lugar del otro para entender su visión del mundo, pero también me reconozco cuando empatizo fuertemente con el sufrimiento de otras personas ante la pasividad e indiferencia de otros.

Casi siempre me manejo en extremos, a menudo blanco o negro. No fue fácil llegar a los 23 años (ahora 28) desconociendo que estoy dentro del espectro autista o Asperger. Intentando entrar en un molde en el que, para encajar, había tenido que disfrazarme, hasta el punto de no reconocerme. Pero, sobre todo, sabiendo que por mucho que me esfuerce, mi mente no es ni será nunca neurotípica, y odiarme por ello.

El diagnóstico me ha traído calma.  Me ha traído la pieza que faltaba para hacer encajar el rompecabezas de mi vida y como no, también ha traído respuesta a muchísimas preguntas que bombardeaban mi cabeza desde niña.

Ahora hay una persona cuya mirada proyecta aceptación y amor hacia mí. Alguien que, a pesar de conocer a mi personaje (como si de un videojuego se tratara), quiso saber quién se escondía tras de él. Y así he ido desnudando mi alma, liberándome de tantos prejuicios, sintiéndome cada vez un poquito más libre hasta que un día me arme de valor para mostrarme sin filtros. Y sé que pronto llegará ese día.


noviembre 19, 2020

Moverse

Hace ya algunos ayeres que saliste de tu cascarón y te entregaste al mundo y a sus ganas de hacerte trizas. Tenías que moverte, ¿no? 

Alguien vino a decirte que no está bien seguir en el mismo lugar que hace un tiempo. Que si las estrellas se mueven y los elefantes, las mariposas, los antílopes, las salamandras, las golondrinas y las ballenas migran, y la tierra se mueve y las plantas respiran y los pájaros cantan aunque el viento sople en contra y los cocos caen de las palmeras y los vecinos atormentan con su rutina exhibicionista de desorden cada día y las águilas sobrevuelan el océano y los árboles se besan las raíces y que si, físicamente, todo se mueve, tú también debías. 

A veces algo en el corazón te duele, pero sigues moviéndote porque recuerdas las palabras de ese alguien. Entonces ocurre que un día, como si hubiese sido un chasquido de dedos, un parpadeo o un caballito derecho de tequila, un día estás lista: sales a la calle y, santa madre, te has movido de lugar.

noviembre 18, 2020

Microrrelato: Abecedario

Su corazón latió a un ritmo acelerado, ese que le paralizaba cuando no quería escuchar, sus pupilas parecían agrandadas ante el reflejo que proyectaban los cristales fundidos en las minúsculas gotas de cada sonido.

La ciudad casi ciega decaía ante la obligada quietud que después de las siete de la noche marcaba el ritmo de los que retornaban. Había pasado ya por ese lugar, una, dos o tres veces lo había recorrido antes y ese momento le llenaba de hielo las manos.

Su cuerpo tembló mientras colgaba el celular tras oír aquella sentencia letal. Cada palabra taladraba lacerante todas las fibras de su ser. El infierno debió ser aquella sensación que le quemaba el alma queriendo fragmentarla.

Sin embargo, no se rompería de nuevo, no otra vez, consumió toda la impotencia que quedó en sus dedos, abrió los brazos recuperando su espacio, respiró y en sus ojos cerrados escribió y escribió hasta olvidar aquel abecedario.

octubre 17, 2020

Estrellas

Texto que encontré hace unos días y escribí cuando tenía como 15 años.


Dejando la ventana abierta observo el cielo nocturno. Miles de estrellas aparecen y otras tantas se desvanecen. Incluso mientras escucho con cuidado, las copas de los árboles están meciéndose. Es solo el viento soplando demasiado fuerte. Honestamente en mi cálido corazón, quiero esperar por el amanecer, pero no tengo otra opción más que avanzar desde aquí por mi propia cuenta. Tú encendiste en mi la fuerza para ir sola por la vida. Todo provino de tu sonrisa. 

A través de las brechas en los edificios, sangra la luna plateada. Quizá estaría bien llorar solo un poco, un momento quizá. El tiempo sigue fluyendo sin curar las heridas, pero estoy esperando por el amanecer. Algún día llegaré el pacífico lugar al que quiero ir, así que intentaré seguir en el camino cubierto por el frío rocío de la mañana.

Ahora la luna resplandece guiando mis sueños vagabundos. No puedo dormir, me siento iluminada por todo el polvo de estrellas. Y es que si ellas brillan a través de la oscuridad y responden mi plegaria, quiero hacerles saber que mi único deseo es liberar mi espíritu.

mayo 14, 2020

Ya son 12 años...

Doce largos años han pasado y hoy he decidido escribir un poco de ti por medio de esta ventana digital que estoy segura te hubiera encantado disfrutar más. Y aunque por doloroso que aún sea, necesito que las pocas personas que lean esto sepan que existió alguien como tú y que afortunadamente estuvo en mi vida. Y que la presencia de tu ausencia arde, arde muchísimo.

Ha pasado el tiempo y como era de esperarse me haces mucha falta. Eres mi historia mejor guardada, la amistad que aún es indispensable para mi supervivencia en esta tierra, que la mayor parte del tiempo es dura e infértil.  Que a pesar de tu juventud me entendiste como nadie, me aceptaste y cuidaste, me diste tanto cariño de una forma despreocupada y serena. Pero te fallé, no pude protegerte y eso me desgasta. No hay día que no piense en lo que pude haber hecho, entonces la rabia me invade y los malos pensamientos surgen de lo más profundo de mi mente cuando la escena se repite, la escena donde se apagó la luz de tus ojos. Desde ese día me quebré y hasta la fecha no logro recuperarme. Solo me consuelo diciéndome mil veces que este mundo no te merecía, que estás mejor fuera de aquí, ¿pero quien soy para decir eso? pero es que tampoco tuviste elección.

Hoy te muestro de forma irrisoria por aquí, porque estas palabras no son nada para detallar la gran amiga que fuiste, pero tampoco me engaño, no soy capaz de escribir más de ti sin romperme. Ojalá tuviera una foto tuya, pero en mi memoria y en la de los que te conocieron estás perfecta. No he conocido corazón más noble que el tuyo ni mayor elocuencia inocente que la que tu boca emanaba. Solo algunos saben un poco de ti, solo a ciertas personas susurré una palabras y derramé unas lágrimas donde ibas dentro, pero después regresó el silencio. 


De todas formas, dejo una canción que me dedicaste y las palabras que aún recuerdo dijste:

"Pues ya sé que no te gusta esa cosa de la dedicada de canciones, pero escucha esta, es que me parece perfecta para ti, así que acéptala por favor y si no te gusta pues qué mensa porque conozco esa sensibilidad escondida". 



Te extrañaré siempre...


marzo 27, 2020

Sobre el amor...

Amor es cuidar al otro de nuestra propia capacidad de destruirlo.

A cierta edad, tenemos claro que la fortuna más grande que puede perseguirse, es la paz. También a cierta edad, entendemos que la paz no se persigue, sino que se encuentra. Con los años aprendes que las cosas son un 10% como son y un 90% como te las tomas.

Amar a una persona no implica someterte a sus preocupaciones, su manera de vivir, sus opiniones o sus decisiones. No importa si es pareja, amistad o familia. Donde no hay respeto a la libertad y la manera de ser del otro, no hay amor. Sin pequeñeces ni excesos. Porque a veces uno quiere cuidar con tanto amor su plantita nueva que la riega de más sin saber que así es como se pudren las raíces.

Quien ama deja libre, cuando no es correspondido. Amor no es abrumar, es apoyar, amor no es entender, es comprender. No confundamos procurar con hostigar, amor con posesión ni el extrañar con apego. Nadie ni nada nos pertenece, creamos vínculos afectivos con nuestros amigos, parejas y familia pero somos seres individuales. Eso no le resta amor, lo contrario. Basta de romantizar las relaciones.

En una relación, hablar de tus miedos e inseguridades es más íntimo que tener sexo. Se madura hasta tal punto que quieres algo real y no perfecto, dejando que todo fluya sin forzar nada. El amor perfecto no existe pero existen dos personas que se aman: complicidad, discusiones, disculpas, confianza, respeto. No responsabilizar de tu felicidad al otro. Libertad, el espacio mutuo. El échate para allá que tienes los pies fríos pero abrázame. Eso si existe.


marzo 25, 2020

Si te ha roto el alma pero te abrió los ojos quédate con esa victoria.
Hay personas que en situaciones de emergencia no sirven para nada, lo cual no les resta la poca o mucha gracia que nos pueden causar en la normalidad. Éste es un buen momento para que ubiquen y recuerden que hay personas que son entretenimiento y jamás solución. Es época de darte cuenta con quiénes si, con los que sólo será a veces, y con los que nunca más.

Hoy más que nunca hay que mantener muy vivo lo que vale la pena vivir, lo que deseamos concretar, lo que nos alimenta y nos recuerda la importancia de levantarnos y seguir de pie ante lo que venga. Bueno o malo, siempre de pie. 

Que el virus sea el pretexto para guardarnos y mirar de nuestro pecho hacia adentro, cerrar nuestras ventanas y aprender a guardar silencio. Todos, como escribió Sabines, necesitamos tiempo, abstinencia y soledad. Necesitamos cicatrizar y la distancia es una buena maestra.  Lo bueno de aprender a estar en soledad es que te prepara para todo. Cuando te sientes bien contigo, no importa lo que pase, nada será tan grave. 

Y es que a ver si este encierro nos obliga a salir de nosotros mismos. Vaya ironía.

marzo 19, 2020

Me encontré y descubrí quien era, a raíz de eso, soy lo que ves ahora. Esto me formó y moldeó, esto... ¿lo sientes?   

Sube el volumen, deja que te llene.  

Una nota, un ritmo lento o impaciente, adrenalina bombeante, pasión, fuego dentro del fuego, un grito desgarrado o un tono sosegado, soy lo no previsto, lo cambiante, lo que sube en un momento y se desborda, lo que al momento siguiente queda derramado, soy lo eléctrico o un suspiro contenido, el momento extático en el que crees alcanzarme sin lograrlo porque en ese instante me acabo.  

La locura, lo violento, la caricia que presiona, lo que hace vibrar, el movimiento continuo, inestable, un espasmo involuntario, la fuerza o la debilidad, un ruego o una orden, pero siempre algo profundo, soy intensidad variante, inconstante.  

Soy el latido acelerado, la explosión de grises, lo rebelde y desesperado. Lo vivido, lo palpable o lo invisible, algo que se encuentra que puede desaparecer pero siempre dejará una huella marcada, algo que puede descubrirte en tus instintos más bajos, que pase el tiempo que pase podrá ser capaz de calar en ti y hacerte resurgir como si fuera la primera vez, si es que en esa lo consigo.   

Puedo serlo todo, o no ser nada.  

¿Tú que oyes? ¿Lo sientes? ¿Te vibra? ¿Te enloquece? ¿Te posee?   

Si la respuesta es un no, sería absurdo que siguiera, no vas a poder entenderlo.  

Si es un sí, ¿qué más puedo decirte? 

enero 19, 2020

Hay experiencias que si se las cuentas incluso a alguien con quien tengas una confianza extrema, pueden fisurar o romper por completo esa relación.

Creo que hay cosas que el ser humano no se puede contar ni a si mismo. Las llevas detrás, en una especie de ruido de fondo, pero ni siquiera tú te atreves a buscar por ahí porque pone en peligro tu estima como ciudadano normal. Son atavismos lejanos de la especie, cosas que vienen de la noche de los tiempos, son cosas muy horribles que llevamos dentro, los fundamentos más salvajes de la propia existencia.

enero 13, 2020

Aquella mañana amaneció con un sabor de alas en la mirada, fue donde el arce naranja del jardín. Colocó un pequeño banco en la abertura del ventanal y esperó a que el pajarito de todos los días viniera a pararse en la rama. Deseaba escuchar su canto. En el sueño de la otra noche, el pajarito aleteaba en su alma dejando un viento de río dócil. Así, en silenciosa espera, estuvo hasta las doce del día, hasta la una, pero en esta ocasión el pajarillo de cada día, el sueño de su canto, no llegó. No llegaría.

enero 12, 2020

En este instante que escribo y tú me lees, quisiera que supieras, que supieras de verdad que en este momento hay una mujer desconocida cortando el pasto del parque frente a mi casa. Hay también en la banqueta unos niños que miran algo que se ha detenido en la rama del limonero. Un carro pasa y también una mujer embarazada, y yo quisiera que supieras, porque es necesario que lo sepas, que en este cuarto de libros apilados aquí y allá, hay unas pinturas, unos discos viejos y una ventana por la que entra el sonido de la música de Iraida Noriega. 

Ha caído ya la noche y ha venido aquella mujer a pedir un poco de café, que ya se me terminó. Quisiera que supieras ahora mismo que escribo y tú me lees, que esto no es la realidad, que podría serlo, pero que no lo es, porque la realidad esta cruzando esa puerta, esa calle, esa noche que te menciono acaba de caer sobre esta página virtual que, puedo imaginar, lees desde cualquier sillón del mundo.