Hoy estaba lloviendo, todo el día parecía desplomarse del
cielo. Las calles se transformaron en ríos, yo caminaba al borde de sus orillas
y olas se levantaban al transitar autos de maliciosos conductores. Caminé hasta
mi ciudad y cuando doble la esquina, la noche se había comido a mi pueblo, no había
alumbrado alguno en sus calles ni en sus hogares. Caminé un poco más hasta
toparme con una gran sombra en medio de la calle, me impacto la escena de lo
fuera de lugar, era enorme y sin forma, como una montaña de hojas, espera, hojas
¡un árbol! entonces vi que era uno de muchos que yacían descuartizados en el
suelo por el viento. Seguí caminando, la lluvia continuaba rociando mis ropas y
empapando mis cabellos, hasta que del cielo cayó una gota pesada estrellándose
en mi frente, bajo por mi mejilla derecha hasta romperse en mi boca y entró por
las hendiduras de mis labios hasta mojar la punta de mi lengua, tenía un sabor
misteriosamente familiar, ferroso, tibio y levemente insípido, más pesado que
el agua. Espera ¡sangre! Alcé mi vista al cielo y del firmamento venían
millones de gotas, que cubriendo el cielo carmesí comenzaron a despeñarse sobre
la ciudad. Esa noche, el mundo se tiño de rojo.
Desperté, como todos los días, desperté. Recostada miraba
fijamente al reloj, que con sus números rojos marcaba las 4:59 am. Justo antes
de sonar su alarma lo apagué. Me giré bocarriba, y perdida observaba el techo
incompleto de mi habitación, el mismo que he visto desde años en este
departamento. Vigilaba esa cavidad, ese hueco oscuro de donde constantemente parecía
escuchar murmullos, como pequeñas voces llamándome a la distancia, pero como
siempre, lo ignoré.
El clima no era tan frio como el agua de la regadera, me
gusta colocarme debajo y dejar salir el agua helada de golpe sobre mi,
esperando algún súbito respiro o alguna bocanada de aire por escalofrió como
toda la gente normal haría, pero hice lo mismo de siempre, cerré mis ojos,
apunte mi cara al suelo y al sentir el agua caer por mi espalada me decepcioné,
de nuevo para variar. No me sorprendió.
Cerré el candado de mi portal y observé al perro blanco postrado en el suelo del patio viéndome partir. Cielo gris. Las calles eran las
mismas, no había rojo por ningún lado.
Siempre he sentido que en las 24 horas de la
"existencia" el universo ha ocupado una hora, nuestro mundo 3 minutos
y la humanidad cerca de segundo y medio. Es increíble como pensamos que
llevamos aquí desde siempre, cuando el universo ni siquiera se ha percatado que
estamos aquí.
Esa sensación, de que en realidad el tiempo corre mil veces más
lento de lo que creemos invade mis entrañas. Es como si al momento de caer una
gota al suelo, en su interior se formara un cosmos, en el interior de ese
cosmos surgiera vida, hubiera muerte y naciera vida otra vez, se formaran países,
fronteras, revoluciones, religiones e ideales, y hasta entre lo más pequeño e
ignorado se formara un romance. Pero nadie de ellos sabe, que tan solo están
dentro de una gota que está a punto de estrellarse en mi frente, cambiar
mientras rueda en mi mejilla, dividirse mientras entra en mi boca y morir al deshacerse
en la punta mi lengua.