Que en los libros se atesora toda la sabiduría del género
humano es un lugar común, pero no por común es menos cierto. La lectura de
ciertos libros nos deja siempre un cúmulo de ideas nuevas y líneas de
pensamiento que interiorizamos, las usamos sin recato para adornar nuestras
conversaciones y después olvidamos su origen. NOS APROPIAMOS ASÍ DEL
PENSAMIENTO AJENO QUE SIN MÁS TRÁMITE PASA A SER NUESTRO.
El otro día me reproché a mí misma no reconocer que una
compasiva frase de Víctor Hugo, lo cual causó estupor en mi interlocutora, la
estaba simplemente copiando en lugar de reconocer que citaba a Hugo; guardé un
prudente y ambiguo silencio cuando ella exclamó: ¡qué barbaridad, no sabía que
fueras tan sensible!
Callar a veces es lo mejor, aunque después nos persiga una
ladradora jauría de remordimientos por jugar al impostor. Dicho esto y antes de
que sea demasiado tarde, comparto algunas ideas que he obtenido espigar de esa
inagotable fuente de sabiduría y buen gusto que es JAVIER MARÍAS.
En realidad nunca deberíamos -preconiza ese gran escritor-
decir nada que no fuese estrictamente necesario. Si fuésemos prudentes sólo
contestaríamos aquello que nos preguntan quienes tienen razones válidas para
hacerlo o a quienes no tenemos más remedio que contar detalles por
subordinación o respeto a las leyes.
Si nos tomáramos la vida en serio, seríamos más cautos a la
hora de dar información y también sórdidamente avaros con los detalles que no
sean esenciales para transitar por ella y cumplir nuestras obligaciones. PERO EN
LA NATURALEZA HUMANA ESTÁ EL HABLAR.
Si somos francos con nosotros mismos reconoceremos que
decimos un montón de cosas POR DARNOS IMPORTANCIA. Por febril locuacidad
soltamos, como mangueras descontroladas, parrafadas completas (para nuestra
desgracia) que tarde o temprano penetran como afiladas lanzas en las almas de
personas que nos escucharon. PERO CALLAR NOS CUESTA MUCHO –a mí no tanto, soy
realmente tímida-. ¿Cuántas indiscreciones nos cuentan en una semana con el
propósito de generar “confianza”? Empiezan con el típico: esto te lo cuento a
ti, esto se lo digo (así hablan los políticos) al amigo; como si pudieras
desdoblarte en tu ser y en el amigo del político y estar los dos escuchándolo.
¿Cuántas CONFESIONES INÚTILES se hacen con el único propósito de impresionar al
otro o atiborrar su cabeza con venenos de imprevisible efecto? ¿Cuántas veces
tenemos que "tragarnos” intimidades cuyo conocimiento nos resulta irrelevante y
muchas veces incómodo, porque alguien tiene ganas de hablar?
En realidad, no deberíamos hablar más de lo necesario.