A veces me doy cuenta que escribo para mí. Hablándome en voz baja. Y no me parece raro, al contrario. Me acompaño en el momento del café, del descanso, de mirar por la ventana o de subir el volumen a la música. Sonriendo.
Igualmente siempre reflexiono en voz baja y en minúsculas, pero la escritura ignora esos matices e iguala todo a un mismo volumen. Y sin embargo, sigo aspirando a que algún día quien me lea comprenda el tono justo que corresponde a mis palabras.
Y luego pienso que es fácil escribir como quien mira un cuadro, desde cierta distancia. Lo verdaderamente difícil y apasionante es hacerlo desde dentro de él, con los pies llenos de lodo e iluminada por esa luz.
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