Hace aproximadamente un mes, cuando andaba recuperándome de mis manifestaciones personales, alguien me comentó sus propias reflexiones:
“El mundo es porquería, lo es. Es una porquería y punto. Yo reciclo, uso focos ahorradores y cierro la llave mientras me lavo los dientes. Nada de eso salvará el mundo.”
Por un momento me pareció algo muy inteligente. No porque fuera algo que no se me hubiera ocurrido antes, sino porque lo dijo con ese toque ácido que me llegó al corazón. Sólo le faltó decir que quería poner una bala en la cabeza de cada panda que no se reprodujera para salvar la especie.
Me pareció muy inteligente, y me pregunté qué carajo nos pasa a algunos que parece que tenemos una obsesión por salvar el perro mundo, una obsesión que nos impide dormir por las noches, que no nos deja sonreír tranquilamente.
Qué urgencia más extraña la nuestra. Cómo si el mundo hubiera hecho algo por nosotros. Como si la humanidad fuera un regalo para este planeta.
A veces me da mucha envidia toda esa gente que, teniendo acceso a la misma información que yo sobre el estado del mundo, consigue vivir felizmente en un estado de ensueño. Me pregunto cómo hace uno para mirar hacia otro lado todo el tiempo e ignorar el dolor.
Qué urgencia más extraña la nuestra. Cómo si el mundo hubiera hecho algo por nosotros. Como si la humanidad fuera un regalo para este planeta.
A veces me da mucha envidia toda esa gente que, teniendo acceso a la misma información que yo sobre el estado del mundo, consigue vivir felizmente en un estado de ensueño. Me pregunto cómo hace uno para mirar hacia otro lado todo el tiempo e ignorar el dolor.
Los automóviles siguen funcionando con petróleo usando una tecnología que tiene muchísimo tiempo, llenando la atmósfera de humo y consiguiendo que nos ahoguemos lentamente en nuestra propia porquería. Cada día quedan menos árboles. Cada año se fabrica y se pone en las tiendas más y más basura inútil que nadie necesita pero que compra para justificar sus horas semanales de explotación laboral. Poca gente cree que el trabajo que realiza tenga un impacto positivo en el mundo, sino todo lo contrario. Muchos siguen sin reciclar la basura, y los que la reciclamos rezamos para que el señor de la basura no la vuelva a juntar después y a enterrarla en la montaña, lugar del que inevitablemente un día volverá. Yo tiro las pilas a los contenedores especiales, pero cada vez que lo hago pienso en todas aquellas personas que las echan a la basura común, así nomás. Supongo que a ellos nunca les explicaron el problemota que se puede generar. Quizá mi problema es que sé demasiado. En cualquier caso no hace falta pensar mucho para saber que la suciedad que se mete debajo de la alfombra vuelve a salir después. Imagino que en el fondo les importa muy poco, que son conscientes de que la vida es corta y que no serán ellos los que sufran las consecuencias. O si las sufren, no será hoy. A ver qué ponen en la tele. Industrias farmacéuticas perpetuando los mismos problemas que dicen resolver, vendiendo a precio de oro el elixir de la falsa felicidad, y babosos como yo criticándolos.
El país está lleno de ratas y desalmados. Creo que un día me largaré para no verlo. No puedo más. Políticos azuzando el fuego del nacionalismo tratando de sacar un beneficio electoral, revolviendo el mar para ser luego ellos mismos los únicos que obtienen ganancia. Políticos trincando comisiones, permitiendo que se regale hasta el último metro cuadrado de una costa de un país privilegiado.. Y los demás mirando hacia otro lado, comprando viviendas para especular y metiendo un BMW en la hipoteca a interés variable, no sólo consintiendo la corrupción política sino echando carbón a su caldera, admirando a aquellos que manejan lo que ellos no tienen la oportunidad de robar. Y ahora, después de años de alimentar el espejismo, viene la parte en la que el castillo de naipes se viene abajo, la parte en la que toca tragar heces, la parte en la que la suciedad sale de debajo de la alfombra y hay que lidiar con ella.
Quizá, después del desastre, haya quien lo comprenda esta vez, entienda que no es un hermoso y único copo de nieve, sino que es la misma materia orgánica en descomposición que todo lo demás. Todos somos parte del mismo montón de mierda.
La mayoría de personas de mi generación nacieron en una sociedad libre y organizada. Siempre han tenido más de lo que han necesitado. No han conocido el hambre. Han tenido una educación decente. Lo hemos tenido todo hecho desde el principio, y en vez de aprovechar ese impulso para llegar más lejos, hemos dado un paso atrás.
Nos han hecho creer que la felicidad se esconde en el siguiente modelo de iPhone, en un coche caro, en unas bolsa de diseñador, en la final del mundial de fútbol. Algunos de nosotros hace tiempo que nos dimos cuenta de que la felicidad que esas cosas nos proporcionaban no duraba ni una semana, y nos empezamos a preguntar qué era lo que daba la felicidad realmente. Nadie tenía una respuesta satisfactoria para nosotros.
Como decía Tyler, de El Club de la Pelea:
“Veo mucho potencial, pero está desperdiciado. Toda una generación trabajando en gasolineras, sirviendo mesas o siendo esclavos oficinistas. La publicidad nos hace desear coches y ropas. Tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos, no hemos sufrido una gran guerra ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock. Pero no lo seremos, y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy enojados”.
¿Y qué podemos hacer? De entrada no mucho. La misma persona del principio me contaba su camino personal:
“Hace tiempo leí un libro de ciencia ficción de Neal Stephenson, “La Era del Diamante”. En uno de los pasajes hacía referencia al sintoísmo: el conocimiento debe ir de dentro hacia fuera. Primero debemos conocernos, entendernos, aceptarnos y después proyectarnos hacia fuera; conocer, entender y aceptar a los demás y al mundo para que así el mundo pueda conocernos, entendernos y aceptarnos. Esa es la vía que sigo desde entonces: conocerme a mí mismo, conocer al resto y hacer que me conozcan.
Creo que eso ayudará al mundo, en algún plano. Lo único que le falta a este puto mundo es pararse a escuchar”.
Yo también creo que esto ayudará al mundo en algún plano. Pienso que el mundo se parará a escuchar cuando tengamos algo interesante que decir. Y quiero que el mundo piense un poco más, aunque sea un poco.
De momento, a los que ya sabemos que no somos un hermoso y único copo de nieve, nos queda la responsabilidad de empezar a considerar nuestro papel en el mundo. Eso y seguir reciclando, usando focos ahorradores y cerrando la llave mientras nos lavamos los dientes.
Lo estamos haciendo muy bien.
Lo estamos haciendo muy bien.
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