Acércate.

Recuerda que el problema con la locura es que ya no es vista como una virtud.


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septiembre 17, 2013

Callar a veces es lo mejor...

Que en los libros se atesora toda la sabiduría del género humano es un lugar común, pero no por común es menos cierto. La lectura de ciertos libros nos deja siempre un cúmulo de ideas nuevas y líneas de pensamiento que interiorizamos, las usamos sin recato para adornar nuestras conversaciones y después olvidamos su origen. NOS APROPIAMOS ASÍ DEL PENSAMIENTO AJENO QUE SIN MÁS TRÁMITE PASA A SER NUESTRO.

El otro día me reproché a mí misma no reconocer que una compasiva frase de Víctor Hugo, lo cual causó estupor en mi interlocutora, la estaba simplemente copiando en lugar de reconocer que citaba a Hugo; guardé un prudente y ambiguo silencio cuando ella exclamó: ¡qué barbaridad, no sabía que fueras tan sensible!

Callar a veces es lo mejor, aunque después nos persiga una ladradora jauría de remordimientos por jugar al impostor. Dicho esto y antes de que sea demasiado tarde, comparto algunas ideas que he obtenido espigar de esa inagotable fuente de sabiduría y buen gusto que es JAVIER MARÍAS.

En realidad nunca deberíamos -preconiza ese gran escritor- decir nada que no fuese estrictamente necesario. Si fuésemos prudentes sólo contestaríamos aquello que nos preguntan quienes tienen razones válidas para hacerlo o a quienes no tenemos más remedio que contar detalles por subordinación o respeto a las leyes.

Si nos tomáramos la vida en serio, seríamos más cautos a la hora de dar información y también sórdidamente avaros con los detalles que no sean esenciales para transitar por ella y cumplir nuestras obligaciones. PERO EN LA NATURALEZA HUMANA ESTÁ EL HABLAR.

Si somos francos con nosotros mismos reconoceremos que decimos un montón de cosas POR DARNOS IMPORTANCIA. Por febril locuacidad soltamos, como mangueras descontroladas, parrafadas completas (para nuestra desgracia) que tarde o temprano penetran como afiladas lanzas en las almas de personas que nos escucharon. PERO CALLAR NOS CUESTA MUCHO –a mí no tanto, soy realmente tímida-. ¿Cuántas indiscreciones nos cuentan en una semana con el propósito de generar “confianza”? Empiezan con el típico: esto te lo cuento a ti, esto se lo digo (así hablan los políticos) al amigo; como si pudieras desdoblarte en tu ser y en el amigo del político y estar los dos escuchándolo. ¿Cuántas CONFESIONES INÚTILES se hacen con el único propósito de impresionar al otro o atiborrar su cabeza con venenos de imprevisible efecto? ¿Cuántas veces tenemos que "tragarnos” intimidades cuyo conocimiento nos resulta irrelevante y muchas veces incómodo, porque alguien tiene ganas de hablar?


En realidad, no deberíamos hablar más de lo necesario.





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