Recuerdo mi infancia,
particularmente, a partir de cuando empece a ir a la escuela, lo tomo como un momento muy
triste y angustioso de mi vida. No entendía las convenciones sociales y aunque las
fui descubriendo poco a poco, no podía ajustarme a los otros con espontaneidad.
Mi infancia transcurrió en la más absoluta soledad estando rodeada de gente, así como aguantando burlas y miradas de lastima.
Nunca supe como hacer para pertenecer y conectar con los demás. Tuve dos amigas durante todo mi preescolar y primaria. En realidad, no hice nada para tener más amigos porque no sabía como
hacerlos. A los demás les era tan fácil... ¿por qué a mí no?. Lo más doloroso
no era la soledad en sí, sino no poder experimentar las vivencias, las
emociones que veía en otros cuando se relacionaban entre sí. Les veía reír y
disfrutar cuando estaban juntos. Nunca experimenté ese sentimiento de
complicidad social incluso con mis dos amigas, de disfrute social. Envidiaba sentir todo eso. Era muy
doloroso no poder sentir placer social estando con gente.
¿Sabes?, el sentimiento de soledad es como
estar perdido en un mundo oscuro, es como estar en una jaula, es como estar
amarrado, es como estar en una cárcel oscura y fría. Desde la ventana de la
celda puedes escuchar sonidos, los ves ir y venir y lo peor: escuchas las risas. Puedes verlos, puedes sentir lo bien que se lo están pasando, pero no
puedes compartir, experimentar esas vivencias, esas emociones, esas risas. La
soledad lleva a un estado de amargura, de auto-daño por no ser como
los demás, por no disfrutar al igual que los demás. Sientes que en el reparto
del pastel se han olvidado de ti.
Me refugiaba en mi habitación y
muchas veces a llorar a escondidas, a solas. Pero, después de llorar y llorar,
algo en mi interior tiraba de mí, como si me arrastraran a la orilla desde las
profundidades del mar. No llegué nunca
a ahogarme del todo, nunca me derrumbé
del todo. Siempre había una pequeña grieta por el que ver la luz. Mi mente me
obligaba a levantarme. Para mí, "derrumbarse" suponía una debilidad y
eso mi mente rígida no me lo iba a permitir. No les dejaría ver al mundo mi
vulnerabilidad y con ese propósito mi mente se iba endureciendo para no
desfallecer, para levantarse y levantarse después de los tantos llantos.
No hubiese aceptado ayuda, no hubiese tolerado que me trataran como "niña
débil" o una "niña rarita", eso nunca; así que el dolor solo lo experimentaba a solas. En
esa soledad tétrica, mi mente generaba metáforas de vida y una de ellas era "el barandal de la escalera".
Esta metáfora apareció durante mi estancia en la vocacional. Yo necesitaba un plan de vida
que me organizara, que diera sentido a mi vida y lo mejor que encontré fue
estudiar. Realmente no es que fuera una alumna brillante, pero estudiar daba
sentido a mi vida: había un proyecto (un qué) y una continuidad que
contrarrestaban la imprevisibilidad.
Estudiar me daba seguridad porque
había un plan a medio-largo plazo que me organizaba. Estudiar era como subir
por una escalera peldaño a peldaño: después del primer semestre vendría segundo, después
tercero, así hasta sexto.... Después de la vocacional la universidad, después.... la escalera con
el barandal al cual sostenerme era una imagen que me venía en los momentos de
desfallecimiento: "no sueltes el barandal, no lo sueltes" me
repetía a mi misma.
Durante la vocacional sufrí crisis y eso hizo que perdiera clases, que llegara a casa muy desmoralizada y me
encerrase a llorar. No podía estudiar. Pensé en tirar la toalla, pero entonces
me vino a la mente una imagen terrorífica: el hueco de la escalera. Si la
escalera desaparecía y no podía aferrarme al barandal mi único paisaje sería
la nada del agujero de la escalera y me invadía el temor a caerme en él. Pensar
en ese agujero profundo y oscuro sin fin era más angustiante que pensar en
dejar de estudiar; así que retomé los estudios. Con mucho esfuerzo recuperé las
notas y conseguí llegar a la universidad. Como ya he comentado la universidad
fue como conseguir una meta de vida. Fue agotador, angustiante, pero lo
conseguí. No me siento una privilegiada por haber conseguido lo que he
conseguido, me considero una luchadora. Aunque aún no he podido obtener mi título.
Llegar a la Universidad fue una
primera meta de vida, pero después fue algo decepcionante, la tristeza y angustia no terminó. Las crisis volvieron y volvía a perder clases, me han perseguido
por años, pero no me he dejado caer.
He encontrado unos escritos de
cuando salí de la universidad en los que expreso la sensación de
fracaso y desconsuelo que sentía por aquella época, a pesar de haber conseguido
objetivos de vida que a otras personas les parecería loables: como tener una carrera y haber estado en una relación de pareja casi cuatro años.
"...solo se que últimamente
tengo muchas ganas de llorar y que todo me enfada y que, por otro lado, intento
dar una imagen serena y de mujer feliz e inteligente, lo cual también me harta. Me duele haber
fracasado y no poder reconocerlo. He fracasado conmigo misma sobre todo, y
cuando se es una persona egoísta como lo soy yo, eso duele mucho. Me gustaría
cambiar, ser diferente, ser simple, tener sentimientos simples en una vida
simple, pero no. Es posible que mi parte oscura, mi Dr. Jekyll o m. Hyde, no se
quien es el malo, tenga intenciones que yo desconozco".
Ser dependiente de mi familia me hacía sentir frustrada y débil y lo peor era pensar en la posibilidad de que
siempre sería así, que siempre sería dependiente de alguien. No encontrar
trabajo me producía gran desasosiego. Se me pasaron por la cabeza ideas de
abandono, de terminar con mi vida (las intenciones oscuras de
Hyde). ¿Qué sentido tiene vivir?. Pero, en esos momentos tétricos, de
ojeras profundas por el llanto volvía a aparecer alguna de mis metáforas de
vida (mi querido barandal de la escalera); así que después, de llorar y llorar,
flagelarme, cuando recuperaba la calma me obligaba a sostener el barandal: la vida podía cambiar. Con lápiz y papel en mano empezaba a
planificar mi vida de nuevo y así hasta ahora. Me he caído muchas veces, pero
siempre acabo levantándome... La vida es un constante caerse y levantarse. Es
agotador, pero no hay otra...