Estoy en mil lugares y de ninguno soy. Paso como el viento,
arrasando la calma y apaciguando tempestades;
mas no permanezco al tiempo. Sólo soy de un sitio al que me agarro para
no perderme, al que vuelvo siempre para encontrarme, para que los verbos ser y
estar se reconcilien. Allí estoy y soy al mismo tiempo, allí, en un paraíso
cercano donde no se finge y se es quién eres, allí en aquel lugar que me abraza
y me cobija con su calidez perpetua y el suave frió que calma el calor más
sofocante.
He
querido ser y no estar; tantas veces como he amado, he querido ser, pero sólo
he estado. Y me he esforzado por encontrar un nuevo sitio en el que ser, en
crear una nueva esencia de mi misma, completada por otro que le dé valor e
importancia a la insignificancia mísera de mi propia esencia en la inmensidad
de tantos entes. Y aunque a veces he creído formar parte de un nuevo lugar,
inventado y realizado a medida para mí, un lugar que no sea allí, un lugar
aquí, he encontrado que quedan cosas por decir, que el alma se resiente al
dejarse doblegar del todo, que el corazón ha estado dispuesto tantas veces a
ser, que ahora se conforma con estar. Porque los demás sólo han estado cuando
yo he querido ser, porque mi alma ha aprendido que es mucha renuncia darse y
mostrarse del todo , aunque lo sigue intentando, no consigue otra alma que la
quiera escuchar, que la vea tal cual es, que encuentre de, un solo golpe de
vista, toda su existencia. Aunque entre tanto juego verbal de nuestro precioso
idioma he comprendido la importancia del estar. Sólo se es de un sitio al que
todos volvemos cuando otros seres ya no nos dejan estar. Queremos ser pero
estamos porque los seres no pueden dejar de ser lo que son para convertirse en
otra cosa. La almas son difíciles de mostrar porque no están, sólo son y
estando, somos, sin darnos cuenta, parte también del otro, aunque el otro no
quiera ser y no se muestre del todo. Estoy
en el mundo y sé quién soy.
¿ Es
suficiente?
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