La música es un arte instructivo, es decir, si no se realiza
en tiempo real de nada ha de servir su existencia. Es tan efímera que depende
del tiempo, depende del espacio. Es el sonido. Eso dice el humano.
Se reproduce en cualquier parte y no necesita modelos.
Reside en nuestra mente, en el cuerpo, tiene vida. Los humanos somos marionetas. La naturaleza es un instrumento
altamente necesario.
La escuchamos, la atrapamos en inventos desde hace más de
cien años. Ahora contenida en diminutos aparatos creemos que se quedará con nosotros a nuestra voluntad. Qué ingenuos somos los humanos.
No es esa música que se compra, que se roba, que se crea.
Es esa música que no se puede almacenar, que nos deja erizada la piel, la que nos roba
el sueño.
A esa no la podemos reproducir, ni esos elegantes caballeros
que presumen inventarla. No existe nada que pueda retenerla.
Todos somos esclavos, mercenarios, pobres idealistas de ser
dueños de la música porque nosotros la inventamos. ¿Quién les dijo a los
humanos que la música la inventaron? La antropología no sabe de nada y la
sociología no sabe de arte.
El arte se siente. La música no es arte, es
vida.
Es eso que todos
quisiéramos guardar, es un recuerdo, un espacio, el amor, un abrazo, las horas,
un tren, la infancia, el sonido de una voz, un viaje, un sueño, la vida que se
ha escapado.