Todavía sigo enamorada de la vida, del futuro incierto, de
aquel pasado feliz y lejano, del destino que me miente, de mis amigos, que
fuertes como una corriente no se detienen, de mis compañeros que ansían unirse
a la felicidad.
Soy afortunada por tener aliados y no amigos del caos que vive
en mi alma, de mi alma nostálgica, de mi llanto continuo, de mis risas
musicales, de la estridencia de mi amor, de los libros que leí, las películas
que admiré, los personajes que amé, de las melodías que acompañan mi vida, de
mi familia que por magia y sangre noble no se derrumba ni con la muerte, a los
seres que me hicieron feliz y dolieron tanto.
Enamorada de los animales, de
quienes aprendí a amar, a ser humilde y noble, porque ya me cansé de hacer la
guerra. Del miedo que extraño, de la cobardía que perdí cuando vi sus ojos.
Enamorada de ese hijo que no tengo pero que estoy segura un día me besará las
canas; de esa persona de ningún lugar, que existe, pero se consume a sí misma por
el miedo, de aquellos que aún no conozco y de los que sé, aprenderé.
Disfruto
de la poesía, de mis textos atrabancados como mis impulsos, del olor del té y café recién hechos, así como de la fragancia de los
inciensos, del misticismo de nuestro universo, de una carretera que me lleva a
casa, de mi país que sufre, de mi pueblo que necesita pantalones y que no tiene
para comer. Estoy perdidamente fascinada de los primeros años en los que
aprendí a escribir y a plasmar mis más profundos sentimientos en un papel, sin
darme cuenta que eso será lo único permanente que tendré en mi vida.